Al despedirnos de la época en que éramos estudiantes de secundaria o universitarios, lo que perdura son los recuerdos (risas, llantos, amistades, a cada quien le caerá la moneda). La gran cuestión es: tras tantos años entre apuntes y libros teóricos, ¿por qué ahora nos cuesta tanto quedarnos quietos en una silla por un par de horas?

Con el paso del tiempo, el hábito de aprender puede perderse y eso desencadena una serie de complicaciones a la hora de querer emprender algún curso, capacitación o especialización profesional. Evitando cortar el impulso, acá van un par de consejos para retomar con éxito los estudios siendo adultos.

Antes de comenzar con toda la energía puesta en ese nuevo curso o postgrado, la primera recomendación es soltar las miradas idealizadas o proyecciones imposibles sobre nuestras agendas y el manejo del tiempo.

“Resulta muy frecuente que la gente arranque con mucho ímpetu alguna actividad y desista a los pocos meses debido a su complicada agenda o las emociones negativas que aparecen. En promedio, esto le pasa al 60 % de las personas porque no logran lidiar con la frustración y la sobrecarga de responsabilidades y obligaciones”, comenta la psicopedagoga Eugenia Balbuen.

Nuestro cerebro funciona a través de rutinas y la estimulación constante. Una vez que ciertas facultades dejan de emplearse diariamente (en este caso, la destreza para memorizar, la concentración y la lectocomprensión) estas no se pierden, pero pasan a un segundo orden.

“Pensemos que, cómo con el resto del cuerpo, aquello que no se usa acaba por atrofiarse. De no haber tocado un manual ni asomado las narices en algún texto científico por cinco años, lo más lógico es que nos cueste horrores. De acá brota la importancia de respetar el proceso de adaptación. Al menos, hacen falta cinco meses consecutivos de estudio para que empecemos a notar cambios en nuestra mente y aparezca cierta eficiencia”, agrega.

Cronograma

Sobre cuántas horas dedicar a la lectura o tareas académicas en general, existen decenas de métodos. Encontrar el adecuado tiene que ver con nuestra disponibilidad y “puntos débiles”.

“Para quienes tengan poca concentración y tengan que afianzar contenidos teóricos o lecturas complejas, la recomendación pasa por estudiar en períodos de 45 minutos”, detalla Balbuen. Por ejemplo, durante dos semanas podríamos adoptar a rajatabla la cantidad de minutos y después aumentar a sesiones de una hora.

La densidad horaria también va a variar según el tipo de proyecto en el cual nos encontremos. Este método sirve bastante para las capacitaciones o tecnicaturas cortas con muchos conceptos y biografías. No obstante, para los proyectos en que necesitemos habilidades artísticas o se hagan manualidades es preferible dedicarle al menos una hora inicial de trabajo (por varias semanas) y luego aumentar a una hora y media dado que el objetivo final pasa por desarrollar una técnica manual y el influjo creativo funciona con un hemisferio cerebral distinto”, detalla.

Para la incursión en los idiomas, la psicopedagoga Marta Uriarte aporta otra secuencia paulatina parecida. “De acudir a alguna academia, además de las clases ya estipuladas, para evitar sentir cansancio, podemos apostar durante un mes a realizar repasos en casa de 30 minutos. En los idiomas siempre es bueno que exista un componente lúdico y la tarea tiene que enfocarse en la repetición consciente”, destaca.

En complemento, ambas profesionales suman la utilización de tarjetas de vocabulario y la necesidad de transcribir los apuntes a mano antes que valernos de la computadora o el celular.

“Hay quienes pretenden repetir el esquema que mantenían en la facultad porque fue lo que les funcionó en aquella etapa. En lugar de eso, lo preferible es arrancar a experimentar en base a las mañas o las rutinas que mantenemos en el presente”, aconseja.

Como sugerencia extra también habría que evitar estudiar de noche o trasnochar. Al menos hasta recuperar la facilidad en el estudio.

La agenda adecuada

Para obtener óptimos resultados, el desafío pasa por mantener los mismos días y horas de estudio. Muchas veces el cerebro funciona en piloto automático; en este sentido los estímulos repetitivos pueden jugarnos a favor. “Cuando alternamos horarios o repasamos clases de manera esporádica no le damos a nuestra mente la posibilidad de normalizar el acto y de mecanizar la tarea del estudio. Ponernos rígidos y marcar fechas y momentos exactos para agarrar los apuntes va a permitir un mejor desenvolvimiento y menos estrés previo”, indica el coach ontológico Guillermo Cordera. Un consejo es programar alarmas en el celular (sin que este figure a la vista) para recordarnos un día antes y media hora antes de que deberíamos empezar la sesión de aprendizaje.

Sus condiciones

Un gran error es emplear para estudiar la mesa de la cocina o el living mientras el resto de la familia o convivientes están presentes. “Como ejercicio, hay que meternos lo más posible en el rol de estudiante. Eso implica priorizar la actividad actual sin multitasking, charlas con terceros ni pedidos externos. El entorno condiciona y debemos fijar límites para que los pendientes no avasallen el retorno de nuestra fase académica”, destaca el coach ontológico Guillermo Cordera.

El segundo punto es evitar la sobreestimulación visual.

“Cuando tenemos cerca una cascada de cosas y elementos ajenos al estudio, las posibilidades de dispersión incrementan. En el escenario perfecto, deberíamos contar con un escritorio armado para tal fin y que haya encima los libros justos y materiales justos”, acota.  Otras sugerencias son contar con iluminación natural (que descienda de izquierda a derecha) o una fuente de luz en colores fríos.